lunes, 21 de julio de 2008

Toda sciencia trascendiendo.

Mi amigo Luis Barranco me anima a que no abandone este blog. El hecho de que alguien te lea ya es un estímulo y si, encima, es tu amigo, pues ya no te queda más remedio que ponerte a la tarea. Aunque lo más seguro es que sean los enemigos quienes te lean con mayor afición, en busca de la errata, el error de concordancia o la incongruencia, siempre dispuestos ellos a sostener que cada cosa que afirmes es una estupidez. Hago caso a Luis y escribo esta nota casi un año después de la última, aquella que hablaba de las creencias y las certezas.
Claro que el hombre no solo se alimenta de certidumbres que, dicho sea de paso, son muy pocas y que día a día se van trabajosamente ampliando. Hay también una parte esencial del ser humano que nada tiene que ver con la ciencia. Me refiero al campo de las emociones. Eso que podríamos llamar su lado espiritual en oposición al racional. No hablo, claro está, del espíritu en sentido religioso, de un alma inmortal y trascendente, sino de un alma inmanente, consustancial a nuestro cuerpo y que ha de morir con nosotros. Esta alma humana es la responsable de que seamos capaces de vibrar a la vez que vibran las cuerdas de la guitarra de Göran Shöllscher y, por ejemplo, sentir una plácida melancolía al contemplar un atardecer en la playa de Calafell. Son sentimientos del mismo tipo de los que trató de transmitirnos Juan de la Cruz en este poema que transcribo aquí. Él creyó que esa emoción venía provocada por algo en el más allá. Pero el estremecimiento que sintió es seguro que provenía del más acá. Era de la misma naturaleza del que yo siento cada vez que lo leo y que trasciende a la ciencia y a sus necesarias, vitales y también emocionantes certezas.

Entréme donde no supe,
y quedéme no sabiendo,
toda sciencia trascendiendo.
Yo no supe dónde entraba,
pero cuando allí me vi,
sin saber dónde me estaba,
grandes cosas entendí.
No diré lo que sentí,
que me quedé no sabiendo,
toda sciencia trascendiendo.
De paz y de piedad
era la sciencia perfeta,
en profunda soledad,
entendida vía reta.
Era cosa tan secreta,
que me quedé balbuciendo,
toda sciencia trascendiendo.
Estaba tan embebido,
tan absorto y ajenado,
que se quedó mi sentido
de todo sentir privado.
Y el espíritu, dotado
de un entender no entendiendo,
toda sciencia transcendiendo.
El que allí llega de vero,
de sí mismo desfallesce,
cuanto sabía primero
mucho bajo le paresce.
Y su sciencia tanto cresce,
que se queda no sabiendo,
toda sciencia trascendiendo.
Cuanto más alto se sube,
tanto menos se entendía
qué es la tenebrosa nube
que a la noche esclarecía.
Por eso quien la sabía
queda siempre no sabiendo,
toda sciencia trascendiendo.
Este saber no sabiendo
es de tan alto poder,
que los sabios arguyendo
jamás le pueden vencer.
Que no llega su saber
a no entender entendiendo,
toda sciencia trascendiendo.
Y es de tan alta excelencia
aqueste sumo saber,
que no hay facutad ni sciencia
que le puedan emprender.
Quien le supiere vencer
con un no saber sabiendo,
irá siempre trascendiendo.
Y si lo queréis oír,
consiste esta suma sciencia
en un subido sentir
de la divinal esencia.
Es obra de su clemencia
hacer quedar no entendiendo,
toda sciencia trascendiendo.

Juan de la Cruz

domingo, 12 de agosto de 2007

Creencias y certezas.

Debía de tener yo cinco años cuando, al ver la noche estrellada en Sotillo del Rincón, le pregunté a mi padre: "Papá, ¿por qué el cielo está lleno de agujeros?" Mi padre, regocijado, comunicó la poética pregunta del niño a los presentes.
¿Cómo sabemos que esos agujeritos del cielo son estrellas similares a nuestro sol y aun mucho más grandes? Respuesta: Por la observación. Aunque no lo haya visto directamente, otros lo han comprobado por mí. Cuando Yuri Gagarin, en 1961, salió de la atmósfera terrestre observó con sus ojos la redondez de la tierra. Pero mucho antes de que el primer hombre lo observara directamente, ya se habían hecho comprobaciones indirectas que confirmaban que la tierra era esférica. Una cosa es saber y otra totalmente distinta, creer. Hace poco asistí a una conferencia de Manuel Toharia que se titulaba algo así como Por qué creemos lo que creemos. Y una de las cosas que decía era que creemos por tradición. Me vino entonces a la cabeza el delicioso pasaje de El camino de Miguel Delibes cuando la Guindilla mayor (CREO que así se llamaba el personaje. Me da pereza ahora levantarme a COMPROBARLO) le pregunta a Don José, el cura, en el confesonario que si de haber nacido ella en Inglaterra sería protestante. El cura, con su paciencia habitual, le responde: "No sería difícil, hija". Y la Guindilla: "Entonces me acuso, padre, de que podría ser protestante de haber nacido en Inglaterra".
Creemos algo porque forma parte de la tradición cultural a la que pertenecemos. La tradición del cristianismo, presente en la cultura de occidente, tiene dos mil años. Arranca de Pablo de Tarso. Pero el ser una antigua tradición no la hace verdadera. La historia de Dios que tiene un hijo engendrado en el vientre de una virgen nos suena mucho a otras mitologías como la griega y la romana de la época clásica. Las diferencias entre la mitología clásica y la cristiana son básicamente dos: La primera es que pertenecen a tradiciones culturales diferentes y la segunda, y más importante, que la mitología cristiana tiene pretensiones de que lo que cuenta es verdadero, mientras que en la Grecia y Roma clásicas se tenía claro que sus historias de diosas y dioses pertenecían al ámbito cultural, como los poemas, las canciones o los cuentos tradicionales.
La tradición no debe ser tenida en cuenta como criterio de verdad. Es el método científico el que debe darnos las respuestas a nuestras preguntas. Pero la tradición sí es muy importante en algo esencial para el ser humano: Su idioma. El concepto de "caballo" en lengua inglesa se dice horse. En cambio, en lengua francesa se dice Cheval. Y, ¿por qué pasa esto? Porque el elegir una palabra u otra para designar un mismo concepto depende de la tradición cultural de cada lugar. La tradición por lo tanto es crucial para la formación de las distintas lenguas y también es la esencia del folclore. Pero nuestros conocimientos deben basarse en la ciencia y no en creencias tradicionales.

miércoles, 11 de julio de 2007

Atardecer en Calafell.

La tarde aquí tiene otra luz. Desde que vi el atardecer frente al mar en Calafell quise describirlo. Pero, ¿cómo expresar el color de esta luz? La tarde como símbolo poético de la melancolía aquí no habría tenido lugar porque una melancolía luminosa es antítesis de difícil transcripción a un sentimiento real. Y, sin embargo, el contemplar esta luz frente al mar produce un sentimiento lo más parecido a una alegre melancolía, como si una canción triste estuviera escrita en modo mayor. La luz de la tarde en Calafell es una sinfonía triste en modo mayor.

Calafell 1 de julio de 2007

martes, 12 de junio de 2007

Göran Söllscher

Hoy me incorporo a la bloguería. No sé con qué periodicidad escribiré: No soy nada disciplinado en esto de escribir. Confío en que no caduque la página entre nota y nota.
Para empezar, quiero que veáis esta pequeña maravilla. Esto es tocar la guitarra y lo demás, tontería. Ni Russell ni Hegel ni Hume...
La obra que interpreta este prodigio llamado Göran Söllscher es una preciosidad. El Arreglo es de mi admirado Eduardo Falú.
Pinchad aquí: http://www.youtube.com/watch?v=_3YdlRofQTM
Sin palabras